Diplomacia a la deriva
- Elián Zidán
- Feb 9
- 3 min read
Por: Elián Zidán

Parece que los principios básicos de la diplomacia quedaron en el olvido. Tratar de entender lo que ha pasado en los últimos días me recordó a la primera vez que abrí el libro de álgebra “Baldor” (no entendí nada).
Y creo que no soy el único. Lo que hemos visto en la política mundial nos deja con más preguntas que respuestas. Las decisiones de quienes gobiernan parecen tomadas al azar y sin coherencia alguna.
La guerra arancelaria entre las economías más fuertes de la región dejó claro quién tiene la sartén por el mango. Tanto Claudia Sheinbaum como Justin Trudeau mostraron que del dicho al hecho hay un gran trecho… y un ganador: Donald Trump.
Pero este tema pasó a un segundo plano cuando los venezolanos se enteraron que un enviado "especial" de EE. UU. aterrizaba en Caracas para reunirse con Nicolás Maduro. La Casa Blanca, por un lado, reconoce a Edmundo González como el presidente legítimo de Venezuela, y por otro, estrecha la mano de un hombre por cuya captura ellos mismos ofrecieron una recompensa de 25 millones de dólares.
Pero la sorpresa no terminó ahí. Horas después, se supo que la visita no fue en vano. No solo regresaron seis presos estadounidenses con el enviado especial, sino que Trump volvió a imponer su dominio al lograr que Maduro aceptara la repatriación masiva de venezolanos, incluidos criminales del Tren de Aragua.
Y si Venezuela tuvo su dosis de caos, Colombia no se quedó atrás. En una entrevista con Noticias Univision, el presidente Gustavo Petro aseguró que no aceptaría vuelos con colombianos esposados; pero en la misma conversación admitió que varios de esos vuelos ya habían llegado. Eso sí, dijo que "el presidente" (refiriéndose a sí mismo en tercera persona durante toda la entrevista) no se enteró.
Pero el show apenas comenzaba. En un hecho sin precedentes, Petro televisó una reunión con sus ministros. Lo que se suponía que sería una muestra de democracia terminó siendo el reality show más visto de la nación. Hubo de todo: disculpas por llegar tarde, ministros pidiendo apurarse porque había un partido de fútbol, una ministra llorando, la vicepresidenta exigiendo respeto y hasta un regaño al propio presidente.
Y si creíamos que ya habíamos visto suficiente, llegó Ecuador con otro episodio de surrealismo político. El presidente Daniel Noboa se dio un tiro en el pie al imponer un arancel del 27% a México, país con el que, por cierto, no tiene relaciones diplomáticas desde el asalto a su embajada en Quito el año pasado.
En México nadie le prestó atención. De hecho, la presidenta Sheinbaum respondió con burla, minimizando la relevancia comercial de Ecuador y diciendo que "el camarón de Sinaloa es más rico".
Y la cereza del pastel la puso, una vez más, la Casa Blanca. El encuentro entre Trump y Netanyahu terminó generando un terremoto diplomático. Trump no solo puso en peligro el acuerdo de cese al fuego entre Israel y Hamás, sino que sugirió que los palestinos deberían irse de Gaza y que EE. UU. tomaría el control de la Franja. Como era de esperarse, esto encendió a todo el mundo árabe y causó indignación en la oposición tanto israelí como estadounidense.
Lo que hemos visto en estos días no es solo un desorden diplomático, sino la confirmación de que la política exterior ya no responde a valores ni estrategias de largo plazo, sino a intereses inmediatos y juegos de poder sin coherencia. Los principios se han vuelto intercambiables, las alianzas son frágiles y las decisiones parecen responder más a impulsos personales que a un verdadero plan de gobierno.
Si los gobiernos tratan la diplomacia como una moneda de cambio y las relaciones internacionales como un espectáculo, entonces el verdadero costo lo pagarán los ciudadanos, que quedan atrapados en la incertidumbre y la improvisación.
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