Mentira, filtración y un chat
- Elián Zidán
- Mar 30
- 3 min read
Por: Elián Zidán

Estaban todos los altos mandos del gobierno… pero no era cierto. Hablaban de planes de guerra… pero no era cierto. Discutían detalles de un ataque… pero, según ellos, no era información clasificada.
Lo ocurrido con la filtración de los mensajes del gabinete del presidente Trump no solo representa la primera gran crisis de su nueva administración, sino también el reflejo de su fragilidad ante la crítica.
Pero lo más grave aquí no es solo la manera en la que se discutió información tan sensible (que pudo poner en riesgo vidas estadounidenses) sino la soberbia con la que los implicados intentaron negar los hechos.
El periodista y director en jefe de The Atlantic, Jeffrey Goldberg, fue incluido por error en un chat. ¿Y qué hizo? ¡Su trabajo! Perplejo por lo que estaba leyendo, esperó a que los hechos ocurrieran tal y como se describían en los mensajes para contarle al mundo la verdad. Lo hizo con cautela, sin revelar de inmediato el contenido completo, porque no sabía si se trataba de información clasificada.
Pero entonces llegó la arrogancia del poder. El secretario de Defensa, la vocera de la Casa Blanca y otros funcionarios intentaron minimizar la filtración. En lugar de reconocer el error, menospreciaron la denuncia, insultaron al periodista y lo atacaron públicamente por haber hecho su trabajo.
Y fue ahí donde un simple (aunque inadmisible) descuido se convirtió en una batalla entre el poder y la prensa libre.
En su afán por desacreditar a Goldberg, insistieron en que los mensajes filtrados no contenían información clasificada. Y él, basándose en esa misma afirmación, decidió publicar la conversación completa.
Y vaya sorpresa. Las autoridades se dieron un tiro en el pie. No solo quedaron como mentirosos, sino que exhibieron una absoluta falta de profesionalismo al discutir temas de seguridad nacional en una simple aplicación de mensajería.
Es importante entender lo que ocurrió y darle el peso que amerita. Aquí, como en el escándalo de Watergate, hubo una filtración a la prensa sobre una conversación oficial. Pero, a diferencia de 1972, aquí no solo se trató de encubrir el hecho, sino de atacar a quien sacó la verdad a la luz.
Que el poder se incomode con la verdad es parte de la esencia del periodismo. Los funcionarios públicos (en este caso, no electos) deben rendir cuentas por sus decisiones y fallas, sobre todo cuando estas pudieron poner en peligro la vida de quienes pagan sus salarios.
Un simple “lo sentimos” y una disculpa pública por la forma irresponsable en la que se discutió un ataque a través de una aplicación de mensajería hubiera disipado el escándalo. Pero en su lugar, optaron por atacar al mensajero, demostrando así su desprecio por la rendición de cuentas.
Este episodio es un recordatorio de lo frágil que es el poder cuando se enfrenta a la verdad. Y, sobre todo, de lo peligroso que es cuando pretende silenciarla. Porque cuando el poder teme a la verdad, la desacredita. Cuando no puede ocultarla, ataca a quien la expone. Y cuando el miedo se convierte en estrategia, la democracia tiembla.
Esta no es solo una crisis política o mediática; es una advertencia. Hoy fue un chat filtrado, mañana podría ser algo aún más grave. La prensa no es enemiga del pueblo, es su defensa más firme contra la opacidad del poder. Y en tiempos donde la mentira abunda, el periodismo seguirá siendo el último bastión de la verdad.
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