Regreso a Tierra
- Elián Zidán
- Mar 23
- 3 min read
Por: Elián Zidán

¡Nueve meses varados en el espacio!
Imagínense eso. Salir de la Tierra con la idea de que sería una misión de apenas ocho días, solo para terminar atrapado en el espacio por casi un año. Eso fue exactamente lo que les ocurrió a los astronautas Suni Williams y Butch Wilmore, quienes, además de su entrenamiento, demostraron resistencia, paciencia y una confianza inquebrantable en la ciencia.
La nave que debía traerlos de vuelta falló y, con cada retraso, el regreso se volvía más incierto. Mientras ellos seguían orbitando la Tierra, acá abajo el mundo giraba con fuerza: guerras, elecciones, traspasos de poder… todo avanzaba sin ellos.
Es irónico que, en una época donde hablamos de turismo espacial, exploración interplanetaria y la posibilidad de colonizar Marte, aún no podamos garantizar un boleto seguro de regreso para nuestros astronautas.
Como si fuera una película de ciencia ficción, Williams y Wilmore quedaron perdidos en el espacio, a la espera de que su transporte de regreso finalmente llegara.
En esos nueve largos meses (un embarazo) extrañaron muchas cosas, incluso lo más simple: un café latte. Pero Suni Williams no quería cualquier café, quería el de su hogar, el de su rutina, el que prepara su esposo.
Finalmente, tras múltiples retrasos, la NASA y SpaceX lograron enviar una misión de rescate. El reencuentro con su relevo en la Estación Espacial Internacional fue una imagen poderosa; después de tantos meses, por fin volvían a ver otros humanos.
El momento de partir llegó, y el mundo entero siguió de cerca su viaje de regreso a casa. El amarizaje fue perfecto, sin contratiempos. Y mientras los barcos de rescate se acercaban a la cápsula, me pregunté ¿Cómo se redescubre la Tierra después de tanto tiempo de verla a lo lejos pero fuera de ella?
¿Cuánto habrán añorado algo tan simple como la brisa del mar, el calor del sol en la piel, el peso real de su propio cuerpo? Porque la Tierra no solo se extraña con la mente; se extraña con los sentidos, con la piel, con los huesos.
Cuando finalmente abrieron la compuerta, ahí estaban. Pero en lugar de caminar hacia su bienvenida, los sacaron en camillas. Y entonces, la realidad me golpeó: el cuerpo humano no está diseñado para vivir sin gravedad.
En medio de la euforia del regreso, por un momento olvidamos lo más obvio: pasar tanto tiempo en el espacio tiene un costo.
Hablé con médicos y especialistas. Me explicaron que, cuando el cuerpo flota durante meses sin la resistencia de la gravedad, los huesos se vuelven frágiles, los músculos se atrofian, el corazón cambia de forma y se vuelve menos eficiente. La sangre se redistribuye y la presión en el nervio óptico afecta la visión. El sistema inmunológico se debilita y, para colmo, la radiación cósmica deja cicatrices invisibles, aumentando el riesgo de cáncer.
Y luego está la mente; el aislamiento, la falta de contacto humano, la monotonía del espacio… ¿Cómo se mantiene la cordura cuando los días dejan de medirse en amaneceres y atardeceres reales? Cuando el tiempo se reduce a una sucesión de órbitas alrededor de un planeta que solo puedes ver, pero no tocar.
Y pese a todo esto, en redes sociales aparecieron los de siempre, con comentarios fuera de lugar, enfocándose en el físico de los astronautas o en el cabello de Williams.
En fin, la sociedad en la que vivimos nunca deja de sorprender. La falta de empatía y valores parece ir en ascenso.
El regreso de Williams y Wilmore es un recordatorio de muchas cosas. No solo de los desafíos de la exploración espacial, sino también del valor de nuestra propia casa.
La Tierra es el único lugar donde nuestro cuerpo funciona de manera natural, donde la gravedad nos abraza sin esfuerzo, donde respiramos sin necesidad de trajes especiales.
Y, sin embargo, nos hemos empeñado en destruirla con nuestros hábitos y decisiones.
Una cosa es soñar con el espacio, y otra muy distinta es vivir en él. Tarde o temprano, todos, incluso los más valientes, incluso aquellos que han visto la inmensidad del universo con sus propios ojos, quieren volver a casa.
A este planeta que hemos dado por sentado, a este lugar donde aún podemos sentir el viento, el sol, y el aroma de un simple café latte.
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